Para cualquier situación usamos de cualquier forma la expresión “soy feliz”:
- “Mi hijo se acaba de comprar un teléfono, ya es feliz”. Hay millones de personas que tienen un teléfono y no son felices.
- “Mi hermana acaba de estrenar su coche, ya es feliz”. La felicidad no puede ser un coche.
- “Ya tiene novia, ya es feliz”. La felicidad es algo más grande.
En las catequesis sobre las Bienaventuranzas el Papa Francisco dice: «¿Qué significa la palabra “feliz”, “bienaventurado”? Viene del griego, que significa el que está en condición de gracia, la persona que avanza en la amistad con Dios. Esto es importante: Las Bienaventuranzas iluminan las acciones de la vida cristiana y revelan que la presencia de Dios en nosotros nos hace verdaderamente felices. En ocasiones, Dios elige caminos difíciles de entender —a veces, no entendemos porqué nos pasan ciertas cosas—, por ejemplo, el de nuestros propios límites y el de nuestras derrotas, pero es allí donde manifiesta la fuerza de su salvación y nos concede la verdadera alegría».
Esto ya no es del Papa. ¿Qué es la felicidad?, ni es un espejismo el cual cuando nos acercamos se aleja, ni tampoco es un punto de llegada, no es una meta… bueno, sí es una meta, la meta es el Cielo, pero en esta tierra nadie de nosotros puede decir, ya alcancé a la felicidad, ¿ya llegaste? Sí, hace mes y medio. Te quedan momentos de enfermedad, de pobreza, de soledad…
¿Cómo saber si soy feliz o no?
La felicidad es un camino, la felicidad perfecta en la tierra no existe. Pero la felicidad es saber que estoy en el camino.
Volvemos a las palabras del Papa. Cada uno, delante de sí mismo, sabe bien que, por más que se ponga a trabajar, queda siempre radicalmente incompleto y vulnerable. No existe un truco que cubra esta vulnerabilidad. Cada uno de nosotros es vulnerable. Debe ver en dónde. Pero, ¡Qué mal se vive si se rechazan los propios límites! Se vive mal. No se digiere el límite, está ahí.
Las personas orgullosas no piden ayuda porque deben mostrarse autosuficientes. Y ¿cuántos de ellos tienen necesidad de ayuda?, pero el orgullo les impide recibir ayuda. Y cuán difícil es admitir un error y pedir perdón. Dice que: “Cuando yo doy un consejo a los nuevos esposos, que me dicen cómo llevar adelante y bien su matrimonio, yo les digo: “Existen tres palabras mágicas: permiso, gracias, perdón”. Son palabras que vienen de la pobreza de espíritu. No es necesario ser entrometidos, sino pedir permiso: “¿Te parece bien que haga esto?”, así hay diálogo en familia, esposa y esposo dialogan. “Tú hiciste esto por mí, gracias, lo necesitaba”.
Después siempre se cometen errores, deslices: “Perdóname”. Y normalmente las parejas, los nuevos matrimonios, los que están aquí y muchos, me dicen: “La tercera es la más difícil”, pedir perdón, pedir perdón. Porque el orgulloso no es capaz. No puede pedir perdón: siempre tiene razón. No es pobre de espíritu. En cambio, el Señor nunca se cansa de perdonar; somos nosotros, desafortunadamente, quienes nos cansamos de pedir perdón (cf. Ángelus 17 de marzo de 2013). El cansancio de pedir perdón: ¡esta es una fea enfermedad!
Papa Francisco
¿Por qué es difícil pedir perdón?
Porque humilla nuestra imagen hipócrita. Y, sin embargo, vivir buscando ocultar las propias carencias es cansado y angustioso. Jesucristo nos dice: ser pobres es una ocasión de gracia; y nos muestra la salida a esta fatiga. Nos da el derecho de ser pobres de espíritu, porque este es el camino del Reino de Dios.
Pero hay que destacar algo fundamental: no debemos transformarnos para convertirnos en pobres de espíritu, no debemos realizar ninguna transformación porque los somos ya. Somos pobres… o más claro: somos unos “pobrecillos” en el espíritu. Tenemos necesidad de todo. Somos pobres de espíritu, somos mendicantes. Es la condición humana.
Y añado yo, y hasta que no aceptemos esto, nunca seremos felices. Necesitamos de Dios, porque estamos hechos por y para Él.
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