A continuación, dejo esta entrevista transcrita que pude hacerle al padre Juan Luis, que se encuentra dirigiendo la Casa Migrantes “Arcángel Rafael” en Iztapalapa. Todo párrafo vale la pena leerlo. Sin más, espero que lo disfrutéis tanto como lo hice yo.
Padre Juan Luis Carvajal Tejeda – Una introducción a su misión
“Soy el padre Juan Luis Carvajal Tejeda, misionero de San Carlos Scalabriniano. Nuestra congregación religiosa y misionera nació en 1887 gracias a un obispo italiano en el norte de Italia, en Piacenza. Este obispo, muy sensible a la situación de desplazamientos y migraciones de los italianos hacia América en aquel momento —principalmente hacia Argentina, Brasil, Estados Unidos y Canadá—, decidió enviar a algunos misioneros en las embarcaciones para acompañar a estas personas en su viaje y, posteriormente, en la tierra de destino. Allí les ayudaron en su integración, en la conservación de la fe y en la defensa de los derechos humanos.
En México, los Misioneros Scalabrinianos abrimos la primera casa hace más de 40 años, en Tijuana. Más recientemente inauguramos la Casa Migrante Arcángel Rafael, cuyo nombre fue inspirado por una fundación civil creada en Italia por nuestro fundador, dedicada a proteger a los migrantes en los puertos. Esta casa tiene dos años funcionando con un nuevo perfil: atender principalmente a personas en tránsito.
En sus inicios, la casa estaba destinada solo para personas refugiadas que ya estaban en trámites con la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) o el Instituto Nacional de Migración. Sin embargo, hoy la mayoría de nuestros huéspedes están en tránsito hacia Estados Unidos, esperando la aprobación de sus trámites migratorios a través de la aplicación CBP One. En este contexto, México se ha convertido en una especie de sala de espera”.
Ver reportaje de la Casa de Migrantes en Iztapalapa.
La realidad de los migrantes
“Actualmente, albergamos a más de 150 personas, la mayoría provenientes de Venezuela, aunque también recibimos migrantes de Colombia, Ecuador, Honduras y, en menor medida, de Haití. Durante un tiempo, los haitianos representaron el 50% de nuestra población; sin embargo, ahora predominan los migrantes sudamericanos y centroamericanos.
Muchas de estas personas llegan en situaciones extremadamente vulnerables: mujeres embarazadas, niños desnutridos, familias que han sufrido extorsiones o abusos en el camino. La ruta del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá, es uno de los tramos más peligrosos. Allí enfrentan no solo los retos de la naturaleza, sino también el acoso del crimen organizado y, en algunos casos, abusos de las propias autoridades.
A menudo, los migrantes llegan aquí sin nada, completamente agotados física y emocionalmente. Algunos incluso han sido deportados antes y vuelven a intentarlo. La realidad es que las violaciones sistemáticas de derechos humanos en sus países de origen los empujan a emigrar. Porque, como suelo decir, nadie abandona su casa, sus amigos o su tierra por gusto. Una familia no migra porque sí; lo hace porque la única opción que le queda es buscar sobrevivir en otro lugar”.
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Solidaridad activa
“En la Casa Migrante Arcángel Rafael no solo brindamos techo y alimento. Queremos que este sea un espacio limpio, seguro y digno, donde las personas no solo reciban ayuda, sino que también participen activamente en la comunidad. Aquí ellos cocinan, limpian sus cuartos, organizan los medicamentos y, en general, aportan con sus habilidades y conocimientos. Por ejemplo, una enfermera colombiana que vive con nosotros atiende a sus compañeros sin recibir un solo peso por su labor.
Creemos que esta dinámica les devuelve parte de la autonomía que han perdido. Además, es importante cambiar la narrativa que se tiene sobre los migrantes. No son simplemente víctimas ni una carga para la sociedad. Son como colibríes que llevan vida de un lugar a otro, portadores de cultura, valores y nuevas perspectivas. Sin embargo, debemos combatir las narrativas de miedo que fomentan la xenofobia y el rechazo, que no es hacia el extranjero como tal, sino hacia los pobres, hacia aquellos que percibimos como una amenaza”.
Reflexiones sobre el sistema migratorio
“El problema no son solo las dificultades en el tránsito. Las políticas migratorias actuales no facilitan la integración ni protegen a los más vulnerables. Los trámites son largos y complicados, y no existen mecanismos efectivos para garantizar el respeto de los derechos humanos básicos, como el acceso al territorio o la no devolución.
A nivel local, hemos trabajado con algunos sectores gubernamentales, como el de salud, para obtener certificaciones y garantizar condiciones mínimas de salubridad. Pero esto no es suficiente. Lo que realmente necesitamos son políticas públicas que aborden la migración de manera integral. Desafortunadamente, parece que la estrategia es no tener estrategia. Eso facilita respuestas inmediatas pero no soluciones reales”.
El llamado a la humanidad
“Como misionero, estoy aquí porque creo en la humanidad y en la fraternidad universal. Mi fe me da razones para estar al servicio de las poblaciones más vulnerables, pero también lo hago porque creo que todos podemos aprender de estas experiencias. Los migrantes no solo reciben; también nos enseñan, nos transforman y nos enriquecen.
Invito a todos a conocer estas historias, a romper los prejuicios y a darse cuenta de que las personas migrantes tienen mucho que aportar. Como suelo decir: no solo ellos necesitan de nosotros; nosotros también necesitamos de ellos. Al abrirles una puerta o una ventana, también nos abrimos a nosotros mismos a nuevas posibilidades de empatía y solidaridad”.
Cómo ayudar
“Hay muchas maneras de contribuir. Desde donaciones de alimentos, medicinas o ropa, hasta tiempo y habilidades. Cada aporte cuenta. Muchas de las cosas que recibimos vienen de personas con pocos recursos, pero con un corazón generoso. A veces, una bolsa de arroz donada por una viuda representa más que una gran cantidad de dinero porque simboliza el sacrificio y la bondad humana.
Por eso, animo a las personas a que se acerquen, no solo a dar, sino también a recibir. Al convivir con los migrantes, aprenderán lecciones de humanidad que transformarán su visión de la vida”.