El confinamiento cambió la mirada de la educación
Son varios los desafíos que se presentaron al momento de enseñar en estos tiempos que corren. El más difícil resultó ser el desafío informático, donde la totalidad de los docentes se encontraron en la obligación de adecuarse a la modalidad virtual.
Los docentes, con el mayor de los esfuerzos, intentaron anteponerse a el distanciamiento físico provocado por la pandemia. De la misma manera en que se vieron alteradas las formas para transmitir las herramientas de la enseñanza, los estudiantes se encontraron en una nueva situación de aprendizaje.
(…) hacerles sentir que estamos juntos en este camino que es la educación y la vida. No se puede separar lo que nos interpela en la vida de la tarea de educar.
Pablo Manzi
Enseñanaza y aprendizaje, producto de un único proceso
Me quiero centrar en este último punto ya que, muchas veces, se cree que la enseñanza y el aprendizaje son el producto de un único proceso. Sin embargo, si nos ponemos a analizar con detenimiento las diferencias entre enseñar y aprender, se advierte la existencia de dos procesos diferentes. Según G. Fenstermacher, profesor de Educación de la Universidad de Michigan, el proceso de enseñanza se realiza cuando una persona que posee cierto conocimiento, intenta transmitirlo a otra que carece del mismo, asumiendo una mutua relación con la finalidad de transmitirlo. A diferencia de la enseñanza, el proceso de aprendizaje se da en el estudiante, mediante la práctica de las herramientas que se le transmitieron en el proceso de enseñanza. Es la misma práctica la generadora de nuevos conocimientos. Por lo tanto, el aprendizaje se da en el campo personal y es intransferible.
No se suele tener en cuenta, como un factor relevante, el estado de ánimo del estudiante.
Pablo Manzi
Luego de diferenciar estos dos procesos, es importante centrarse en la figura del estudiante y su entorno. La realidad es que, dentro de estos procesos, no se suele tener en cuenta, como un factor relevante, el estado de ánimo del estudiante. Considero que esto condiciona el proceso de aprendizaje. Dicho de una formas más sencilla: el educador debe agudizar la mirada para lograr observar el corazón de sus estudiantes y percibir qué es lo que lo está interpelando con mayor intensidad.
Como joven educador, he logrado comprobar que, ir al encuentro de nuestros gurises, genera una mirada distinta en ellos. El haberle hecho frente a este problema del distanciamiento social, de maneras inimaginables, fue una forma de acercarse y no dejarlos solos. Así, le demostramos a los chiquilines y a sus familias que nos importan, que no vamos a apartarnos frente a ningún problema. Pero, sobre todo, hacerles sentir que estamos juntos en este camino que es la educación y la vida. No se puede separar lo que nos interpela en la vida de la tarea de educar.
Volver a clase, sin duda alguna, fue un desafío para los educadores y los estudiantes. En este retorno, los educadores debieron prestar atención a otras situaciones que se encontraban fuera del plan de estudio. Por ejemplo, el cuidado del distanciamiento entre los gurises, hacer notar la responsabilidad que ellos debían tener para el cuidado de sí mismos y el otro, trabajar el valor del abrazo, del afecto que constantemente se transmite con el cuerpo, el encuentro en casa, la implicancia de la educación en la familia. El gran desafío que tienen todas las personas, haciendo énfasis en los chiquilines, es el no poder compartir espacio, saber que no te puedo tocar ni compartir una merienda, saludarse sin tocarse. En definitiva, la limitación del contacto afectivo con el cuerpo. Esto genera que el encuentro con los demás sea diferente.
En este punto, es donde los educadores debemos potenciar nuestra capacidad creativa y así fomentar espacios educativos donde el encuentro genere cercanía a pesar del distanciamiento. Si nuestros estudiantes se hallan en un espacio que les permite expresarse sin miedo, donde puedan compartir sus preocupaciones y, al mismo tiempo, se sientan escuchados, se lograría un mejor proceso de aprendizaje.
Relación educador / estudiante
Para ir concluyendo, me quiero centrar en la relación del educador y el estudiante. Considero, como premisa fundamental, practicar la escucha y hablar con el corazón. La relación que debemos tener con ellos, debe ser igual a la relación de un padre o una madre que enseña a su hijo o hija a andar en bicicleta: el adulto se posiciona en la parte de atrás mientras ve cómo el niño da los primeros pedaleos. Pero si el niño se cae, sabe que esta persona se encontrará detrás para sostenerlo y ayudarlo a levantarse. Esto genera acompañamiento y transmite confianza.
No obstante, también debemos dejar que se equivoquen, estando presentes y corrigiendo con afecto, y como un padre ayuda a su hijo, darles nuestro apoyo y confianza para que puedan superarse y lograr avanzar en el camino de la vida y la educación. Para que esto se logre, debemos valorar al chiquilín por lo que es y no por cómo hace las cosas. Es fundamental hacerle ver qué es importante por lo que hace y no por cómo lo hace. Por lo tanto, se genera una relación donde se habla con el corazón, colocando en el centro al estudiante con todo lo que lo interpela. Es este mismo acto el que genera el compromiso en los niños, adolescentes y jóvenes, para no fallar en su tarea de estudiar. Pero ese “no fallar”, cobra sentido por el valor y compromiso de no defraudar la confianza y el cariño que el educador depositó en ellos.
Dejar las puertas abiertas, acompañar sus pasos y confiar en ellos, sabiendo que también se encuentran afectados por la realidad actual, solamente nos puede acercar a que la educación realmente sea cuestión del corazón.