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Cortometraje, Las Filigranas de Dios

Desde que escuché esta historia real narrada por un laico consagrado, se me quedó grabada en la memoria. Después supe que era una historia digna de ser escuchada. Porque la familia de la que se habla no puede quedar en el olvido. Es una historia tremendamente triste y a la vez bella. Triste por la crudeza de la realidad, del paso del tiempo en las personas, que arrasa con todo sin ningún tipo de miramiento. Y bella, porque Dios actúa a través de otras personas, cercanas a esa familia, para que su recuerdo permanezca, para que sus almas tengan una segunda oportunidad.

Os dejo con el texto tal cual está locutado en el vídeo:

Por un incomprensible designio divino, tengo la dicha de estar consagrado al servicio y alabanza del Señor en un Instituto Secular desde los 19 años, ahora tengo 57. Durante todo este tiempo he sido testigo privilegiado de la misericordia divina, del sorprendente modo como Dios convierte en bendición todo cuanto nos sucede, incluso nuestros pecados y faltas de virtud.

Me han pedido que relate uno de estos “complots” divinos en el que Dios se “luce” como incomparable estratega. Perdemos demasiado tiempo lamentándonos por la acción del diablo en el Mundo, cuando realmente deberíamos quedar embelesados ante las intervenciones divinas, capaces de hacernos provechoso el mal urdido por nuestro enemigo. El príncipe de este Mundo (satanás) no es más que un instrumento de quien es Señor de la Historia (Dios), capaz de transformar todo cuanto acontece para que
contribuya a nuestra salvación.

Hace unos meses mi madre, que tiene 85 años, heredó una casa de su hermana, cuyo marido e hijos murieron sin dejar descendencia. Con mucha reticencia y muy poca virtud he asumido la gestión administrativa de la herencia, así como el acondicionamiento de la casa para que sea ocupada por mi madre.

¡Cuántos recuerdos personales me ha tocado romper y tirar! Fotografías de una vida guardadas con inmenso cariño mientras vivieron mis tíos; imágenes de su juventud, boda, nacimiento de los niños, cumpleaños, fiestas, vacaciones… Ahora ya no importan a nadie, por eso me toca a mí romper y tirar.

Mis tíos tuvieron dos hijos, uno murió hace muchos años, cuando todavía era joven. En 2018 murieron madre, padre y segundo hijo en cuestión de meses ¿Quién se acuerda ya de ellos? Nadie, salvo yo, que fui quien destruyó su último vestigio en esta vida; sus fotografías.

Creí haberlas roto todas pero quedaban las de mi primo, guardadas en el fondo de un armario. He querido verlas todas antes de tirarlas, para que el recuerdo de estas historias, ahora indiferentes a todos, quedara grabada en mi alma. Dios lo tenía todo previsto, pues esta alma, que custodia tantos recuerdos olvidados para el Mundo, está consagrada a su servicio. En ella nada se pierde, pues el Señor la habita con especial predilección. Jesús eleva constantemente al Padre los anhelos y deseos que en ella encuentra, haciendo de sus súplicas un poder infalible.

La historia de mi primo es especialmente triste. La práctica de la homosexualidad y las drogas le pasaron factura, por lo que hubo de jubilarse siendo todavía joven. Sus padres, muy mayores, debieron sufrir mucho con él. Últimamente parecía sedado, se limitaba a comer y dormir. Su aspecto exterior era lamentable, a lo que se unía suciedad y dejadez en el vestir.

Sobrevivió pocos meses a sus padres. Cuando estos murieron debió dar rienda suelta a sus antiguos vicios. Falleció en casa y en la cama, solo, no se sabe bien de qué.

En la cabecera de su cama había un crucifijo y colgado del mismo un rosario muy bonito que yo le había regalado. Es el que ahora llevo siempre encima. Habitualmente utilizo rosarios de plástico, pues tiendo a perderlos, pero desde que falleció mi primo empleo éste que fue testigo de su muerte. El rosario no se utiliza sólo para rezar, con frecuencia se lleva en la mano aun cuando no se esté empleando, lo besamos a menudo, lo acariciamos, uno siente que le falta algo cuando no lo lleva encima. Es un signo de pertenencia a María que creo repele al demonio por sí mismo.

Quiero alabar cada día a Dios y venerar a su madre con el rosario de mi primo, de este modo le tengo siempre presente en mi oración, como pago por el instrumento que le quité. Así obra Dios con nosotros, primero nos da, luego nos pide lo que nos dio, de este modo tiene una excusa para pagar por lo que nos ha sustraído.

Nada hay en la vida de mi primo que pueda ofrecer al Señor para negociar su salvación, por eso, cuando Dios me pregunta por qué va a conceder a mi primo lo que no ha deseado, buscado ni merecido, le contesto que porque yo se lo pido. Un hijo no necesita más razones para conseguir de su padre lo que desea.

Así pues Dios me ha convertido en custodio y protector de una familia olvidada de todos. Lo más sorprendente es que se ha valido de una falta de virtud para lograrlo. Cuando murió mi primo insistí a mi madre en que no se hiciera cargo de su herencia, pues no la necesitaba y si renunciaba a ella los bienes pasaban a otros que los precisaban más. Mi madre no quiso renunciar a la casa de su hermana y por esta falta de generosidad me veo atado a estas almas olvidadas.

Benditos planes divinos que, incluso tras la muerte, todo lo ordena para nuestro bien.

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