Estos artículos están compuestos en su totalidad por los textos de la primera parte del libro Sangre y Fuego. Cada testimonio tendrá su artículo propio. Este es en exclusiva para la presentación que contiene el libro. Espero que lo disfrutes tanto como lo hice yo.
Presentación del libro Sangre y Fuego
En la sangrienta persecución religiosa en España de los años treinta del siglo XX hubo más de diez mil mártires. El número exacto es imposible de calcular. La mayoría sacerdotes y religiosos, pero también unos tres mil laicos, bautizados de a pie, que murieron sencillamente por ser cristianos ejemplares. Se trata de una de las páginas más bellas e impresionantes de la historia de la Iglesia en España, bastante ignorada o mal conocida por la mayoría de los españoles.
Hubo más de 10.000 mártires solo desde 1931 a 1939 en España.
Primera parte del libro Sangre y Fuego
De todos esos héroes en el seguimiento de Cristo, unos 2.000 han sido ya reconocidos oficialmente por la Iglesia y elevados a la gloria de los altares, y la lista, gracias a Dios, sigue abierta. Ellos son, sin duda, el más precioso patrimonio de amor y perdón de nuestra Iglesia, y honra de España. Una luz potente y divina que ilumina nuestra memoria histórica y un tesoro espiritual, garantía de la permanencia de la fe en nuestra patria.
El siglo XX ha sido, sin comparación, el más fecundo en mártires. Las causas de esta terrible página de nuestra historia española no hay que buscarla sólo en motivos locales, es necesario enmarcarla en la gran persecución padecida por los cristianos en todo el mundo, ocasionada fundamentalmente por el comunismo ateo y el nacionalsocialismo. Sin entrar en los motivos últimos de este casi universal devastador asedio a la fe y a los creyentes, constatamos sencillamente que la Iglesia ortodoxa rusa ha sido sin comparación la más castigada con un número ingente de mártires.
Así mismo hay que destacar las persecuciones masivas de cristianos en Polonia, Alemania, China, Corea y Vietnam. Y en el caso de América, destacar el caso de México, por la revolución cristera.
Primera parte del libro Sangre y Fuego
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Deseamos que el fruto de esta providencial e inmensa ‘siembra de sangre martirial sea un impulso decisivo para la Nueva Evangelización en la que está embarcada toda la Iglesia. Esos mártires, verdaderos héroes de la fe, son piedras vivas que entran en la construcción de esta Iglesia gloriosa y santa, admirable misterio de amor y comunión entre todos los hijos de Dios.
La memoria y la epopeya de amor que es la vida de estos gloriosos mártires, nos dijo el gran Papa Juan Pablo II, de ninguna manera puede ni debe caer en el olvido; al contrario, debe ser conocida y admirada, y han de ser honrados y amados como los mejores hijos de la Iglesia.
Primera parte del libro Sangre y Fuego
Él mismo, en efecto, hizo mucho por «recoger las memorias preciosas de los Testigos de la fe del siglo XX». Le parecía un deber de justicia y una riquísima herencia que no sólo no se debe perder, sino «que se ha de transmitir como perenne deber de gratitud y renovado propósito de imitación» (Novo Millennio Ineunte, 7). Son las vidas de los mejores hijos de la Iglesia que, puestos en el trance de rechazar a Dios, prefirieron antes morir. Secundar este deseo es lo que pretende esta humilde publicación.
Ciñéndonos al caso de la persecución que nos ocupa, llaman poderosamente la atención estas cuatro notas:
1°. Todos mueren perdonando y muchos expresan públicamente, oralmente o por escrito, el perdón a sus verdugos
«Queremos hacer constar que morimos perdonando a los que nos quitan la vida», escribieron, por ejemplo, los mártires de Barbastro. Y el joven Bartolomé Blanco murió de pie, con los brazos en cruz, gritando a sus asesinos que los perdonaba. Son sólo dos casos entre miles.
2°. La alegría con la que mueren
Ir cantando a martirio es un hecho sorprendente y, aunque parezca inaudito, muy frecuente. «Están a un paso de la hoguera, les espera una muerte atroz, ¡y ellos están tan alegres!», comentaban, sin dar crédito a lo que veían, los testigos de los mártires de Uganda.
Lo mismo ocurría con los nuestros. Por ejemplo, Francisco Castelló «iba cantando hasta el lugar del fusilamiento. Parecía que iba a una fiesta», testificaron los que le vieron. Lo mismo que otros muchos.
3°. Los matan por odio a la fe
Este es un dato tan claro como triste. Los asesinos no mataban por desprecio a las personas concretas, sino por su condición de creyentes. «No odiamos a vuestras personas. Odiamos vuestra profesión, vuestro hábito negro, vuestra sotana», les repetían muchas veces a los mártires de Barbastro. Y el empeño porque blasfemasen o pisasen el crucifijo era, con frecuencia, obsesivo en los verdugos. A Antonio González, uno de los cuatro mártires de Nembra, le cortaron la lengua por negarse a blasfemar.
Al niño Santiago Mosquera la insistencia para que blasfemase fue sencillamente diabólica. Las últimas palabras del pequeño héroe fueron: «Prefiero morir antes que ofender a Dios». Y lo mismo le ocurrió a Faustino Muñoz: no le pedían que maldijese a su esposa o a sus hijos, o que renegase de España… ¡no! La propuesta era que blasfemara contra Dios, porque era a Dios a quien odiaban.
4º. A muchos los matan con verdadero ensañamiento
Es otra nota también a destacar. En este afán por barrer la idea de Dios y de la Iglesia, el odio se manifestó incontenible. Los asesinos no se contentaban con una eliminación limpia y puntual; el sadismo, la burla, la provocación obscena y el maltrato psicológico, físico y moral, estuvieron a la orden del día. Fue lo habitual. Por ejemplo, a los mártires de Nembra los descuartizan como a animales. A don Petronilo, anciano sacerdote de Cuenca, le abofetearon, le escupieron, le apalearon y le a clavaron alfileres en los dedos… Pide agua por la sed ardiente que tiene, y le dan gasolina… A muchas religiosas y mujeres jóvenes las violaban antes de fusilarlas, y hubo no pocos sacerdotes, novicios e incluso obispos a los que, entre otros humillantes atropellos, les mutilaron burlescamente sus partes íntimas.. Eran desprecios e injurias más que inhumanos, luciferinos. Está confirmado que en esta cruenta persecución se dieron prácticamente todo tipo de martirio conocido, incluido el echar al mártir a las fieras y la misma crucifixión.
El martirio es una gloria, que Dios reserva a hijos predilectos. De ordinario antecede una vida llena de virtud y de fidelidad al Evangelio. Porque «el martirio de la sangre no se improvisa. Es sólo la corona de una vida de caridad. El heroísmo de la pequeñez conduce al heroísmo de la grandeza. La fidelidad silenciosa y perseverante en los detalles de la vida diaria templa las almas para la hora de los grandes combates» (P. Tomás Morales).
Sangre y fuego es el título de esta pequeña obra. Se narran doce ejemplos martiriales, elegidos sin un especial criterio, pero todos ellos son sencillamente impresionantes. Algunos se han ido publicando en la revista de experiencias apostólicas Alcor. Son un botón de muestra entre miles posibles y reales. De los doce, uno Jaime Hilario, hermano de la Salle) es ya santo canonizado; nueve (los claretianos de Barbastro, el Pelé, los cuatro mártires de Nembra, Francisco Castelló, Bartolomé Blanco, Cándido Castán, Álvaro Santos Cejudo, Mariano Mullerat y Faustino Muñoz) son beatos; y de los dos restantes (Santiago Mosquera Petronilo Vicente) está abierto su proceso de canonización.
Sangre y fuego, porque todos, como Cristo, derramaron su sangre. Y todos, como Cristo, lo hicieron con el corazón encendido en el fuego del amor, pues morían amando a Dios y a los hermanos. Y dar la vida es la expresión del amor más grande y más puro. Fuego de amor, pero también fuego de las armas asesinas: un fuego bien distinto, pero que también jugó su funesto y atroz papel en estas gloriosas historias.
P. Feliciano Rodríguez