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En las fuentes de la alegría con San Francisco de Sales

Antes de mostraros los impresionantes y sencillos consejos de San Francisco de Sales, os dejo una meditación personal hecha delante del Santísimo.

Jo, que cierto es eso de que ahora vemos casi todo como cosas realmente importantes. Pero ya en el Cielo nos daremos cuenta de que todo eso no eran más que nimiedades que nos turbaron sin tener que haberlo hecho. De hecho, el otro día haciendo balance por la noche, en pijama, como un niño (más que como adulto) medité sobre mi pasado, en concreto sobre algunos acontecimientos donde pasé tremendos nervios, donde me inquieté en exceso o donde metí la pata hasta el fondo. En ese momento, al borde de la cama y de rodillas ante Dios y mi finitud, vi que todo aquello se había quedado literalmente en nada. Lo que importaba de verdad era ese preciso momento y no otro, como ahora, aquí en la capilla o donde estés leyendo esto, no hay nada más importante que el momento presente, la voluntad de Dios ahora. Esos miedos y tensiones, acompañados de sudores fríos y dolores de tripa, podrían haber servido solo para quitarme la paz, la felicidad. Si fue así, pues mal, si fueron catalizadores para tirar hacia delante, magnífico.

La obra representa a San Francisco de Sales (1567-1622), el fundador de la Orden de la Visitación de María

Todo esto me hizo pensar, incluso sentir dentro de mí muy claramente, que lo que nos sucede en esta vida es ridículo, carece de peso y encima nos hace desviar la mirada de Cristo. Sé lo que valen los actos y lo que nos sucede, que es necesario para caminar hacia el Cielo. Y no por todo lo que he comentado significa que debamos vivir sin hacer nada útil, por los demás, disfrutado de cada regalo de Dios aquí, pero con perspectiva espiritual, de eternidad… ide Cielo y de Verdad!. El asunto cambia de pleno. Nada aquí importa realmente si no tenemos la mirada, el corazón, la voluntad: todo nuestro ser, puesto en Dios, la Virgen que nos lleva a su amadísimo Hijo.

No sé si he conseguido desarrollar esa meditación en voz alta que hice el otro día. Es necesario que saquemos esto de nuestra mente. Escribir es una herramienta fetén para desarrollar nuestra mente, para hacer oración y que nuestras ideas no se queden estancas, tienen mucho potencial. En fin. Ahora transcribo unas palabras súper edificantes del libro: En las Fuentes de la Alegría con San Francisco de Sales.

Foto de Chivalry Creative en Unsplash

San Francisco de Sales y su sana visión del éxito

San Francisco de Sales hace una explicación magistral (a una de sus hijas espirituales) sobre la vanidad de los negocios de este mundo y la locura de nuestro afán por lograr buenos resultados:

«No creáis que el éxito de vuestros negocios pueda deberse a vuestro trabajo; solamente se debe a la ayuda de Dios y, por lo tanto, descansad en su asistencia, sabiendo que hará siempre lo que es mejor para vos, con tal que por vuestra parte pongáis una moderada diligencia. Digo moderada, porque la diligencia que es violenta estropea el corazón y también los asuntos, pues no es diligencia sino apresuramiento y turbación.

Por Dios, señora, pronto estaremos en la eternidad, y entonces veremos que los afanes de este mundo son poca cosa y qué poca importancia tenía que se realizasen o no; sin embargo, ahora nos preocupamos como si fuesen cosas importantes. De pequeños, ¡con qué afán juntábamos pedacitos de tejas, de madera, de barro, para hacer casas y pequeños edificios! Y si alguien nos los deshacía, nos llevábamos un gran disgusto y llorábamos; pero ahora vemos que todo aquello no era nada. Lo mismo nos sucederá un día en el cielo, y veremos que todo lo que tanta importancia tenía para nosotros en el mundo, eran sólo niñerías.

Con esto no quiero decir que se descuiden esas pequeñeces y bagatelas, pues Dios nos las confía para ejercitarnos; pero sí digo que no hay que tomarlas con demasiado calor ni ardor. Hagámonos como niños, puesto que lo somos; pero sin pasarnos al otro extremo. Y si alguien nos estropea nuestras casitas y nuestros planecitos, no nos agitemos por ello. Al caer la tarde en la que tendremos que ponernos bajo cubierto -hablo de la muerte-, de nada nos valdrán esas casitas; entonces tendremos que refugiarnos en la casa de nuestro Padre».

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