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Princesas del martirio de la Guerra Civil Española

Princesas del martirio

Con este bello título Concha Espina, asombrada, escribió en 1941 el martirio de las tres enfermeras de Astorga, que en 2021 han sido elevadas al honor de los altares. El libro es una verdadera joya literaria que sobrecoge por su belleza narrativa y por el impresionante relato del suplicio de estas tres heroínas del amor, que estuvieron dispuestas a sufrir horribles ultrajes y a morir, antes que abandonar a los enfermos a los que ayudaban y antes que renegar de su Dios.

Desde el día mismo de su martirio, las tres gozaron de una generalizada fama martirial. Así consta, incluso, en los numerosos artículos de la prensa local de aquellos meses de la guerra. Los testigos del martirio y las gentes de Astorga desde el primer momento las tuvieron por mártires. Y una prueba evidente de esto es que muy pronto (el 30 de enero de 1938), sus venerados restos, fueron recogidos devotamente en la misma catedral de Astorga, y diez años después trasladados a un nuevo y mausoleo en la capilla de San Juan Bautista de la misma catedral.

PRINCESAS del MARTIRIO | Audiorelato | Olga, Pilar y Octavia

Las protagonistas

María Pilar Gullón

Princesas del martirio. Martires de la guerra civil española. Las enfermeras martires
María Pilar Gullón

Nació en Madrid el 29 de mayo de 1911, de familia muy cristiana. Pronto recibió las aguas del bautismo en la madrileña parroquia de San Ginés. En ese ambiente de fe aprendió desde niña las sólidas virtudes cristianas, participaba en la parroquia y se comprometió siempre en obras de caridad y de voluntariado.

En 1931 falleció su padre, Manuel Gullón García Prieto, abogado y político. Pilar cuidó de él con esmero y cariño hasta el final de sus días. Luego se quedaría haciendo compañía a su querida madre, María Pilar Iturriaga Blanco.

El plan de Dios, sin embargo, era otro (…). María Pilar tenía 25 años cuando entregó su vida en el martirio.

Era costumbre de la familia veranear todos los años en Astorga. Y allí acudió también con su madre, el 16 de julio de 1936, dos días antes de iniciarse el conflicto bélico, pensando que aquél sería lugar más seguro, lejos de los conflictos sociales tan dolorosos que sufría la capital. El plan de Dios, sin embargo, era otro: al viajar a Astorga, se preparaba para la gracia del martirio. María Pilar tenía 25 años cuando entregó su vida en el martirio.

Olga Pérez-Monteserín

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Olga Pérez-Monteserín

Hija del famoso pintor Demetrio Pérez-Monteserín y González Blanco y Carmen Núñez Goy, fue la segunda de los tres hijos del matrimonio. Había nacido el 16 de marzo de 1913, en París y recibió las aguas bautismales el 5 de julio, en la parroquia San Francisco Javier, de las Misiones Extranjeras. Cuando la niña tenía siete años, la familia se trasladó a Astorga, ciudad a la que don Demetrio se sentía especialmente vinculado, pues aunque oriundo de un pueblo de León (Villafranca del Biezo), vivió desde niño en Astorga donde su padre obtuvo la plaza de interventor municipal. Aunque el ambiente familiar de Olga no era tan cristiano como el de las otras dos mártires, sí era claramente una familia de fe.

(…) todos la recuerdan como una joven alegre y siempre sonriente, servicial y positiva. Tenía 23 años en el momento del martirio.

La influencia de su padre se hizo notar en Olga: le gustaba la pintura y, en general, las manualidades. Sentía un claro impulso hacia la belleza, el arte y las letras. Tampoco se casó y todos la recuerdan como una joven alegre y siempre sonriente, servicial y positiva. Tenía 23 años en el momento del martirio.

Octavia Iglesias

Princesas del martirio. Martires de la guerra civil española. Las enfermeras martires
Octavia Iglesias

Era la mayor de las tres. Nació (y vivió) en Astorga el 30 de noviembre de 1894. De carácter sereno, muy sensata y prudente, y siempre entregada a obras de caridad y apostólicas de la Iglesia. Era catequista y un apóstol verdaderamente entusiasta. Perteneció a la Acción católica y a la Asociación de las Hijas de María y del Corazón de Jesús, de Astorga. Su madre, Julia Blanco Téllez, era prima de la madre de María Pilar, y a cuidarla se dedicó siempre, sobre todo después del fallecimiento de su padre, D. Indalecio Iglesia Barrios, al que también cuidó con verdadero cariño. La familia, muy religiosa y de alto nivel social, se distinguía siempre ayudando a las instituciones eclesiales de consagrados. Murió a los 41 años.


La historia de las enfermeras mártires

Ninguna de las tres era enfermera de profesión, pero empezada la guerra, el número de bajas y heridos crecía de manera muy preocupante. La emergencia era tal que la Cruz Roja de Astorga propuso a mediados de agosto, un curso acelerado e intensivo para damas enfermeras que pudiesen auxiliar a los soldados heridos. Pilar decidió matricularse junto con su hermana María del Carmen, con su prima Octavia, y con su amiga Olga, entre otras. Querían servir generosa y desinteresadamente a los heridos de cualquier bando en aquellas terribles circunstancias. Entre las tres había un verdadero lazo de amistad. María Pilar y Octavia eran además, como hemos dicho, primas segundas.

Fue entonces cuando a las tres se les da la oportunidad de regresar a sus casas, pero ellas, retando el peligro, y en aras de la caridad, quisieron continuar.

En octubre de 1936 se las requirió en Pola de Somiedo (Oviedo). Era su primer destino como voluntarias, y por la misericordia de Dios iba también a ser el último. Las tres eran conscientes del peligro que corrían. Prueba de ello es que Octavia quiso ser una de las tres voluntarias en esa misión, para evitar que fuera una hermana de Olga, pensando que sería muy duro para la familia perder dos hijas.

A los pocos días de llegar ellas, el 27 de octubre de 1936, el hospital fue tomado por el bando republicano. Fue entonces cuando a las tres se les da la oportunidad de regresar a sus casas, pero ellas, retando el peligro, y en aras de la caridad, quisieron continuar. Aquellos heridos las necesitaban.

En este asalto al hospital, Olga fue herida al rozarla una bala la ceja. La sangre teñía de rojo su blanco uniforme. Un enfermo le dice que mire por ella misma y se cure, antes de curarles a ellos. “¿Curarme?”, -responde la intrépida joven- “es inútil. Vamos a morir y enseguida resucitar entre los mártires del Señor. Nos separaremos unos instantes para reunirnos eternamente…”. Eran bien conscientes de lo que se avecinaba.

Las tres cada día asisten a la misa en el hospital, que celebra el capellán y rezan juntas el Santo Rosario. Era, precisamente, el mes de octubre, el mes del Rosario.

El jefe militar republicano Genaro Arias Herrero, les ofrece salvarse y liberarlas si reniegan de su fe y rechazan a Dios.

Enseguida fueron encarceladas por los revolucionarios. Los que habían sobrevivido al asalto del día 27 fueron llevados prisioneros a la cárcel de Gijón. A las tres enfermeras, junto con todo el personal sanitario y el capellán del hospital, les condujeron desde el hospital a Pola de Somiedo, situado a 12 kilómetros, que tuvieron que recorrer a pie, entre insultos y blasfemias de agresivas milicianas, las cuales se repartieron mezquinamente las ropas requisadas a las enfermeras. Allí, el jefe militar republicano Genaro Arias Herrero, les ofrece salvarse y liberarlas si reniegan de su fe y rechazan a Dios.

Milicianas republicanas de la Guerra Civil Española

Ellas se oponen radicalmente. Entonces “el Patas” (así llamaban al malvado Genaro), contrariado, las encierra en la socialista “Casa del Pueblo” de Pola de Somiedo, entregándolas a “sus hombres” sometiéndolas a vejaciones y
espantosos abusos durante toda una noche
, antes de asesinarlas. Les dio esta textual instrucción: “esta noche podéis quedaos con las enfermeras y hacer de ellas lo que mejor os parezca”. De esa manera tan infame pretendían que renegaran de la fe para obtener así la libertad.

Para ocultar y disimular la infamia, y amortiguar el grito angustioso de las víctimas, el Patas hizo circular una carreta de bueyes, que chirriaba, alrededor de la checa. La carreta, para más infamia, llevaba el cadáver de un sacerdote que el mismo Genero había asesinado horas antes.

Las pruebas documentales dan cuenta del horror de un odio salvaje en las acciones diabólicas de estas mujeres, frente al amor de las que entregaban su vida perdonando y amando.

Cuentan los testigos que tras la oscura e ignominiosa noche, las entregaron a tres milicianas, de corazón y rostro cruel, perfectamente identificadas. Las pruebas documentales dan cuenta del horror de un odio salvaje en las acciones diabólicas de estas mujeres, frente al amor de las que entregaban su vida perdonando y amando: tres ángeles llenas de la fuerza de Dios.

Desnudas y humilladas, las llevan ante el pelotón de fusilamiento, en un prado. Era el mediodía del 27 de octubre. Apuntan las tres arpías y disparan a los tres ángeles. Así morían de amor gritando “Viva Cristo Rey” y “Viva Dios”, el mismo grito que como jaculatoria de amor fiel, habían repetido durante la tortura de la noche pasada. Las primeras en morir fueron Octavia y Olga. María Pilar al verlas morir gritando “viva Cristo Rey”, cayó desmayada al suelo, y en ese trance, también a ella la dispararon.

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